El empresario quejoso

27 enero, 2010

Detrás de su comportamiento juegan diversos y hasta oscuros sentimientos.

El empresario quejoso

En un tren nocturno viajaba una anciana señora lamentándose en voz alta:

-¡Ay, qué sed que tengo, hay qué sed que tengo!

Llevaba horas con el sonsonete, hasta que un grupo de jóvenes se hizo cargo de la situación. Tomaron una botella enorme de agua mineral vacía, y pasearon por todo el tren, pidiéndole a toda la gente colaboración para la dama sedienta. Así, cada cual agregó un poco del agua que tenía reservada para la travesía.

Cuando volvieron a sus asientos, la mujer seguía con su lamento. Le entregaron la botella, y ella en pocos minutos, y de manera voraz, se tragó toda el agua.

Así como el agua se acabó, la anciana señora comenzó a lamentarse:

-¡Ay qué sed que tuve, ay qué sed que tuve, ay qué sed que tuve…!
Verán que hay personas que viven lamentándose toda su vida; es más, viven para lamentarse.

Excluimos de esta clasificación a aquellos que tienen una dolencia corporal, donde el lamento por el dolor adquiere otro significado.

Hablamos de los quejosos, de los que se lamentan frente a quien quiera oírlos y aun frente a quien no tiene interés en escucharlos.

Y en realidad esto no corresponde con sus necesidades “insatisfechas”, sino en la necesidad de ser oídos, en el mejor de los casos.

Porque aquellos que realmente necesitan ayuda la piden, son oídos y resuelven sus problemas.

Es que el lamento, por sí solo, es introspectivo, mientras que la queja es acusatoria.

El lamento, cuando procura un destinatario, ingresa en el ámbito de la queja.
Libro de quejas. A veces sordamente, a veces de modo desembozado, hay empresarios que utilizan la queja para conminar al otro a realizar cosas.

Y esto es en forma de reclamo.

Esto viene atado a hacer sentir una inmensa culpabilidad y así gozar del sufrimiento. Y la realidad es que hay empleados o familiares que se comportan así, al ritmo de la queja.

Entran en un juego de victimismo, en un movimiento hacia la queja y el lamento.

Es la búsqueda de protagonismo egocéntrico, y convierte en víctimas a los destinatarios de sus lamentos y quejas.


En todos los ámbitos

Por supuesto, esto no acaba en el ámbito laboral, sino también en el familiar y en el social.

Porque están los casos que, como en nuestro breve cuento, obliga a los demás a resolver las situaciones por la persona quejosa. Ésta acapara un espacio auditivo, y como las personas no tienen párpados en sus oídos, los lamentos entran en cada uno de los presentes sin poderse filtrar, ocupando, no ya el espacio físico, sino un espacio mental.

Las personas que viven lamentándose y ocupan un espacio mental y físico, son verdaderos parásitos de atención.

La defensa de los que circundan al lamentante, es la de no estar en contacto, evadirlo, no ponerse a tiro de sus desdichas, generando una zona de exclusión. Desde ese lugar es fácil deslizarse a la burla, al desdén.

Entonces, llega un momento donde el quejoso queda solo y resentido, y tal vez sea el único momento de realidad en el que se da cuenta de que no tiene a nadie alrededor.

Y ahí tendrá razón para quejarse.

Pero como esta clase de “víctimas” terminan no comprendiendo que el problema lo comienzan ellos mismos, echarán la culpa a quien puedan de sus desdichas y los efectos disfuncionales que generan para todos.

Actitud lesiva para sus empleados, su familia y sus amigos, pero primero para él mismo.

Resumiendo, nuestro empresario encuentra placer en manifestarse como una víctima ante los demás. Esta conducta de la queja en realidad es una forma de llamar la atención, mendigando protagonismo mediante una estrategia de lamentos y forzando la compasión de quienes lo rodean.

De esta forma, en vez de luchar por mejorar las cosas, compite en la exhibición de sus supuestas desdichas.


El desafío es discernir

El rol del Mentor, no es quitar de cuajo las quejas ni los lamentos.
El desafío es discernir qué es lo que siente la persona, que perdió en la vida.

Qué le quitaron, qué no pudo retener, qué le desapareció, qué se le murió, qué se le cortó, qué se le fue.

Cuál es la pérdida que no terminó de elaborar, de la que ni siquiera es conciente, cuyo dolor produce que se pase la vida, quejándose, buscando consuelo en el lamento, buscando a quién culpar en su queja.

Detrás de cada persona que se lamenta y se queja en lo laboral, lo familiar o lo social, hay una persona que sufre.

El papel del mentor es buscar la raíz de este dolor, llevarlo a lo conciente, ayudar a elaborar el duelo y acompañar al quejoso a establecer nuevos y límpidos lazos con su entorno.

Dándole una perspectiva de mayor alegría de vivir y dejando a los demás a vivir alegres.

Todos podemos, con ayuda, ser un poco más felices y vivir mejor en paz.

Prof. Ernesto Beibe y Dra. Marianela Ruiz
Mentores
Mentoring Empresario Continúa...


La lealtad mal entendida comienza por casa

22 enero, 2010

"Así se frustraron Marta, la que quiso ser odontóloga, Luis, al que le gustaba ser aeronavegante, Oscar que renunció a ser médico, Pablo con sus sueños de ser arquitecto.”

La lealtad mal entendida comienza por casa

Se nos ha inculcado como uno de los valores supremos para la convivencia entre las personas, para con las escuelas que cursamos, para las instituciones a las que pertenecemos, la noción de lealtad.

Por supuesto, y con más énfasis, a la lealtad a las creencias y valores de nuestra familia, más específicamente, a la lealtad a la palabra del padre o de la madre.

A no apartarse de lo que son los usos y costumbres, algunos que datan de más de una generación, otros impuestos por las circunstancias vitales de esta familia.

Esto que puede ser un valor ético y moral tendiente a preservar la continuidad de estas familias e instituciones, a través de leyes y fundamentos llamados “lealtades”, tienden a podrir, dañar, atentar contra la posibilidad de la libertad y el desarrollo de cada ser humano.

Internas y mandatos

Comprendemos que una familia funciona con sus normas internas y sus mandatos. Con vínculos entre los hermanos, padres e hijos.

No es fácil liberarse de esa estructura. En realidad somos menos libres de lo que creemos. Portamos secretos y lealtades invisibles hacia nuestros ancestros y vivimos pagando deudas del pasado.

De este modo continuamos involuntariamente todo un sistema de premios, venganzas, odios y castigos que nos empujan a repetir -queramos o no, lo sepamos o no- situaciones vergonzantes, acontecimientos dolorosos o de quiebres sentimentales o comerciales.

¿Traición?

Hacer el propio camino, generar las propias bases referenciales puede generar ser acusados de “traidores”, con el consiguiente peligro de ser expulsados de la familia o la institución.

Por eso, nos encontramos permanentemente con personas que repiten una y otra vez situaciones que terminan dificultando sus relaciones con el medio, consigo mismas, con el dinero, con los negocios, con el progreso.

Y a pesar de oírles decir: “esto no volverá a suceder”, hay como una cierta inexorabilidad en la repetición compulsiva de estos actos de autodestrucción o por lo menos de auto-parálisis.

Repetición compulsiva

Uno puede pensar que estas personas o no son lo suficientemente inteligentes para comprender que no deben repetir situaciones, o que tienen poca memoria y no recuerdan las complicaciones en donde se metieron, o en su compromiso y promesa de que esto no va a volver a suceder.

¿Qué lleva entonces a esta repetición compulsiva? Son deudas con el pasado, con sus ancestros, son lealtades a sus padres o abuelos difíciles de cortar o elaborar porque son lealtades exigibles desde el amor y practicadas desde el amor que uno tiene hacia el otro.
En suma, son lealtades por amor.

Uñas y dientes

Es dificultoso tratar estas situaciones de pérdidas permanentes cuando las raíces son lealtades de amor.

Porque tal como dicen, “el amor es ciego” y uno es capaz de defender con uñas y dientes, con razonamientos o sin ellos, con miles de artilugios, estas situaciones para que no cambien y para que uno pueda, de una manera fantasmagórica, seguir “recibiendo y entregando amor”.

La solución a esta disfuncionalidad podrá lograrse sólo comprendiendo cuáles son estos lazos de lealtad que hacen que cual marionetas actuemos un argumento que no es el nuestro, si bien sucede en nuestros días.

Argumentos que desarrollamos en nuestro diario vivir, pensando seriamente que realizamos las cosas a nuestra voluntad, cuando en realidad nos movemos por estas fuerzas invisibles sin poderlas detectar.

Autoagresividad

Estos comportamientos autoagresivos son eternizados con la falsa creencia de que de esta manera no seremos “traidores” a las causas que incluso en forma disfuncional pueden cohesionar a una familia.
Aun a costa del malestar de cada uno de sus miembros y del mal vivir.

Se han dado casos de hijos provenientes de padres de bajo nivel intelectual de no poder seguir más allá en sus carreras por lealtad a sus padres, de empresarios provenientes de padre obreros que la culpa de ser traidores a las creencias y valores de sus padres los llevan a llegar a un punto máximo de su éxito y desbarrancarse.

Hay aquellos que fueron criados dentro de un régimen estricto de culpas y castigos, adoctrinados respecto de los valores familiares y que por lealtad temen alejarse de ellos.

Pero no por temor a cosas que le pudiesen pasar al salir del corral familiar, sino simplemente porque no se les ocurriría otra cosa, ya que las lealtades están fuertemente arraigadas.

Porque conllevan también este mensaje siniestro de “sé leal a mí” sino serás un traidor.

Ahí es donde se mezclan el amor y el miedo.

Temor a la expulsión

El miedo de quedar expulsado de esta familia que ejerce el pedido de lealtad a través de técnicas coercitivas y también lo reviste de un barniz de amor que termina siendo un “lobo disfrazado de cordero”.

Las lealtades no son privativas de situaciones familiares; también pueden serlo a una empresa o a una institución.

Tenemos el caso de una alumna de una escuela religiosa, católica.
El bordado del escudo de la escuela que llevaba cosido al bolsillo de su blazer, tenía una leyenda: “fiel hasta el fin”.

Está claro que con este lema se pretende armar un círculo vicioso donde se exige lealtad que no permita salir a elegir un propio camino en la vida. y generar así un círculo vicioso de sumisión y, por ende, eternizar la pertenencia a un dogma.

El sonsonete

Yendo más acá, a situaciones familiares-empresariales repetidas hasta el hartazgo, el padre fundador, con el sonsonete de “esta empresa la armé para ustedes, hijos” obliga a una lealtad por agradecimiento.

Así se frustró Marta, la que quiso ser odontóloga, Luis, al que le gustaba ser aeronavegante, Oscar, que renunció a ser médico, Pablo con sus sueños de ser arquitecto.

Fueron enredados, aún peor, enredándose solos, perdiendo sus libertades y entusiasmos, a través de un discurso de amor donde, tal vez el padre lo único que quería era preservar los años que él se “sacrificó” por su familia, y cada uno de nuestros personajes fueron quedando por esta lealtad por amor, que tal vez fuera sólo miedo a ser considerados “traidores” y expulsados del cariño paterno.

Liberación

Por supuesto que con estas vocaciones desviadas, ninguno de estos será un buen o buena empresaria como su padre dispone, pero también se habrán perdido el tren de un mejor vivir.

¿Cómo encontrar el camino, la senda de oro para compatibilizar los mandatos con lo que uno quiere verdaderamente hacer o a donde uno sueña llegar?

Es ahí donde el Mentoring Empresario actúa para ayudar a sus clientes. A que, sin perder la empresa heredada, puedan desarrollar sus verdaderas apetencias, viviendo mejor y llegando a su identidad soñada.

Sin perder, sin renunciar, sólo aprendiendo a integrar, en un juego de agregar sin destruir, de liberarse de los lazos que aprisionan y cambiarlos por relaciones que permiten crear en libertad.

Prof. Ernesto Beibe y Dra. Marianela Ruiz
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