Crisis de la edad media de la vida (45 a 55 años)

01 abril, 2008

Son personas que han logrado todo. Son artífices y dueños de su destino. Se han desarrollado económicamente y cuentan con el reconocimiento social. No obstante se sienten insatisfechos. Se trata de sujetos que perdieron la fe.

En mi tarea como Mentor empresario se me presentan frecuentemente casos de hombres de negocios que parecen haberlo conseguido todo pero no pueden disfrutar de su éxito.
Y, claro está, no pueden ser felices.
Por lo general tienen entre cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años y ciertamente han recogido muchos éxitos, debido a un enorme mérito personal. Pero comienzan a sentirse incomprendidos.
Mantienen pleitos con todo su entorno. Tienen días en que se levantan sin una aparente razón para seguir viviendo.

Las respuestas suelen estar dentro de ellos; en sus propias historias familiares.
¿Cómo llegaron a dónde están? ¿Gracias a quién y en contra de qué?

Quienes “perdieron la fe” suelen están enredados entre la identidad heredada de sus padres y la identidad adquirida dentro de la cultura donde se desenvuelven económica, familiar y socialmente.

Inconscientemente, todos cargamos con deseos que nuestros progenitores no pudieron cumplir, como tareas pendientes, más sus anhelos concientes que nos fueron modelando (identidad heredada) Muchos empresarios siguieron un camino a favor, otros en contra de estas influencias.
Lo cierto es que este sistema de valores y creencias fueron desarrollados en un ambiente determinado, que es la sociedad donde nos movemos (identidad adquirida)

Los hombres de negocios de mediana edad a los que nos referimos, como ya mencionamos, tienen éxito económico, familiar y social. Pero este “algo” que les falta, eso que no pueden encontrar, es la articulación entre la identidad heredada y la identidad adquirida, ese algo que falta es incorporar la identidad soñada. En la medida en que no nos permitamos pensarla y desarrollarla, y vayamos por ella, estaremos limitados para conquistar lo que realmente queremos.

Por ejemplo, un industrial que, partiendo del oficio de tornero de su padre, edificó una gran metalmecánica exportadora, pero en el fondo se sigue sintiendo atado a una herramienta para moldear el hierro, no puede pensarse a sí mismo estudiando. O podemos imaginar un nieto de inmigrantes que ha logrado su propia empresa luego de tres generaciones de esfuerzo pero nunca se ha, siquiera planteado qué sueña para él, y vive de la identidad heredada, que es como hacerlo de prestado. De este modo la lista es interminable.

Hace poco, un siglo apenas, la esperanza de vivir era de cincuenta años, a los treinta se lograba la madurez afectiva y familiar. Por lo tanto el momento de inflexión, el momento de crisis se daba a esa temprana edad. Pero los estados de ánimo relacionados a ella apenas se percibían porque la sociedad no estaba organizada con cierta inmovilidad en los roles, funciones y tareas.

Un gerente lo era hasta jubilarse, los matrimonios estaban unidos “hasta que la muerte nos separe”, los negocios eran estables, y las cadenas de sucesiones eran fluidas.
Pero en la actualidad, donde las actividades son cada vez más vertiginosas, los negocios cambiantes permanentemente, la prolongación de la esperanza de vida se extiende más allá de los 80 años, el vuelco en el paradigma es significativo.
En la actualidad, la persona de mediana edad puede y debe adaptarse a los vaivenes externos.
Pero ese proceso debe acompañarse con cambios internos.

Cuando ya se ha andado un camino y sin perder lo que se consiguió, ¿por qué abstenerse de encontrar una nueva manera de ser? Una esencia propia que, tal vez le ha costado lo vivido hasta aquí el hecho de encontrarla. También poder hallar las verdaderas apetencias de uno, llevar a cabo los sueños que no se atrevía ni siquiera a plantearse.

Se trata de buscar una nueva forma de ser felices, con un proyecto al frente. Este puede ser del orden de lo artístico, un viaje, comenzar a estudiar algo distinto, crear una nueva empresa (una especie de re-orientación vocacional)

En síntesis, el mensaje para quienes “han perdido la fe” es que tienen treinta años por delante para empezar a vivir plenamente. Con su madurez, el camino que les queda por recorrer puede ser la etapa más feliz, mucho más que los anteriores treinta años que pasaron sin ser percibidos.

La felicidad no es sólo un derecho propio, también se constituye en un beneficio para la familia. Y si uno puede descubrirse a los cincuenta o sesenta años, deja además una enseñanza para sus hijos; “papá pudo cambiar y aprender algo a esta altura de la vida”. La consecuencia de esa experiencia logra resignificar la figura paterna y lleva a alcanzar la plenitud y a prepararse con juventud para la
vejez.

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