La lealtad mal entendida comienza por casa

22 enero, 2010

"Así se frustraron Marta, la que quiso ser odontóloga, Luis, al que le gustaba ser aeronavegante, Oscar que renunció a ser médico, Pablo con sus sueños de ser arquitecto.”

La lealtad mal entendida comienza por casa

Se nos ha inculcado como uno de los valores supremos para la convivencia entre las personas, para con las escuelas que cursamos, para las instituciones a las que pertenecemos, la noción de lealtad.

Por supuesto, y con más énfasis, a la lealtad a las creencias y valores de nuestra familia, más específicamente, a la lealtad a la palabra del padre o de la madre.

A no apartarse de lo que son los usos y costumbres, algunos que datan de más de una generación, otros impuestos por las circunstancias vitales de esta familia.

Esto que puede ser un valor ético y moral tendiente a preservar la continuidad de estas familias e instituciones, a través de leyes y fundamentos llamados “lealtades”, tienden a podrir, dañar, atentar contra la posibilidad de la libertad y el desarrollo de cada ser humano.

Internas y mandatos

Comprendemos que una familia funciona con sus normas internas y sus mandatos. Con vínculos entre los hermanos, padres e hijos.

No es fácil liberarse de esa estructura. En realidad somos menos libres de lo que creemos. Portamos secretos y lealtades invisibles hacia nuestros ancestros y vivimos pagando deudas del pasado.

De este modo continuamos involuntariamente todo un sistema de premios, venganzas, odios y castigos que nos empujan a repetir -queramos o no, lo sepamos o no- situaciones vergonzantes, acontecimientos dolorosos o de quiebres sentimentales o comerciales.

¿Traición?

Hacer el propio camino, generar las propias bases referenciales puede generar ser acusados de “traidores”, con el consiguiente peligro de ser expulsados de la familia o la institución.

Por eso, nos encontramos permanentemente con personas que repiten una y otra vez situaciones que terminan dificultando sus relaciones con el medio, consigo mismas, con el dinero, con los negocios, con el progreso.

Y a pesar de oírles decir: “esto no volverá a suceder”, hay como una cierta inexorabilidad en la repetición compulsiva de estos actos de autodestrucción o por lo menos de auto-parálisis.

Repetición compulsiva

Uno puede pensar que estas personas o no son lo suficientemente inteligentes para comprender que no deben repetir situaciones, o que tienen poca memoria y no recuerdan las complicaciones en donde se metieron, o en su compromiso y promesa de que esto no va a volver a suceder.

¿Qué lleva entonces a esta repetición compulsiva? Son deudas con el pasado, con sus ancestros, son lealtades a sus padres o abuelos difíciles de cortar o elaborar porque son lealtades exigibles desde el amor y practicadas desde el amor que uno tiene hacia el otro.
En suma, son lealtades por amor.

Uñas y dientes

Es dificultoso tratar estas situaciones de pérdidas permanentes cuando las raíces son lealtades de amor.

Porque tal como dicen, “el amor es ciego” y uno es capaz de defender con uñas y dientes, con razonamientos o sin ellos, con miles de artilugios, estas situaciones para que no cambien y para que uno pueda, de una manera fantasmagórica, seguir “recibiendo y entregando amor”.

La solución a esta disfuncionalidad podrá lograrse sólo comprendiendo cuáles son estos lazos de lealtad que hacen que cual marionetas actuemos un argumento que no es el nuestro, si bien sucede en nuestros días.

Argumentos que desarrollamos en nuestro diario vivir, pensando seriamente que realizamos las cosas a nuestra voluntad, cuando en realidad nos movemos por estas fuerzas invisibles sin poderlas detectar.

Autoagresividad

Estos comportamientos autoagresivos son eternizados con la falsa creencia de que de esta manera no seremos “traidores” a las causas que incluso en forma disfuncional pueden cohesionar a una familia.
Aun a costa del malestar de cada uno de sus miembros y del mal vivir.

Se han dado casos de hijos provenientes de padres de bajo nivel intelectual de no poder seguir más allá en sus carreras por lealtad a sus padres, de empresarios provenientes de padre obreros que la culpa de ser traidores a las creencias y valores de sus padres los llevan a llegar a un punto máximo de su éxito y desbarrancarse.

Hay aquellos que fueron criados dentro de un régimen estricto de culpas y castigos, adoctrinados respecto de los valores familiares y que por lealtad temen alejarse de ellos.

Pero no por temor a cosas que le pudiesen pasar al salir del corral familiar, sino simplemente porque no se les ocurriría otra cosa, ya que las lealtades están fuertemente arraigadas.

Porque conllevan también este mensaje siniestro de “sé leal a mí” sino serás un traidor.

Ahí es donde se mezclan el amor y el miedo.

Temor a la expulsión

El miedo de quedar expulsado de esta familia que ejerce el pedido de lealtad a través de técnicas coercitivas y también lo reviste de un barniz de amor que termina siendo un “lobo disfrazado de cordero”.

Las lealtades no son privativas de situaciones familiares; también pueden serlo a una empresa o a una institución.

Tenemos el caso de una alumna de una escuela religiosa, católica.
El bordado del escudo de la escuela que llevaba cosido al bolsillo de su blazer, tenía una leyenda: “fiel hasta el fin”.

Está claro que con este lema se pretende armar un círculo vicioso donde se exige lealtad que no permita salir a elegir un propio camino en la vida. y generar así un círculo vicioso de sumisión y, por ende, eternizar la pertenencia a un dogma.

El sonsonete

Yendo más acá, a situaciones familiares-empresariales repetidas hasta el hartazgo, el padre fundador, con el sonsonete de “esta empresa la armé para ustedes, hijos” obliga a una lealtad por agradecimiento.

Así se frustró Marta, la que quiso ser odontóloga, Luis, al que le gustaba ser aeronavegante, Oscar, que renunció a ser médico, Pablo con sus sueños de ser arquitecto.

Fueron enredados, aún peor, enredándose solos, perdiendo sus libertades y entusiasmos, a través de un discurso de amor donde, tal vez el padre lo único que quería era preservar los años que él se “sacrificó” por su familia, y cada uno de nuestros personajes fueron quedando por esta lealtad por amor, que tal vez fuera sólo miedo a ser considerados “traidores” y expulsados del cariño paterno.

Liberación

Por supuesto que con estas vocaciones desviadas, ninguno de estos será un buen o buena empresaria como su padre dispone, pero también se habrán perdido el tren de un mejor vivir.

¿Cómo encontrar el camino, la senda de oro para compatibilizar los mandatos con lo que uno quiere verdaderamente hacer o a donde uno sueña llegar?

Es ahí donde el Mentoring Empresario actúa para ayudar a sus clientes. A que, sin perder la empresa heredada, puedan desarrollar sus verdaderas apetencias, viviendo mejor y llegando a su identidad soñada.

Sin perder, sin renunciar, sólo aprendiendo a integrar, en un juego de agregar sin destruir, de liberarse de los lazos que aprisionan y cambiarlos por relaciones que permiten crear en libertad.

Prof. Ernesto Beibe y Dra. Marianela Ruiz
Mentores
Mentoring Empresario

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